La vida empieza cuando aceptamos que nos condicionaron para negar, mentir o callar.
Nos programaron a olvidar el presente, por un futuro o pasado que siempre es diferente.
A que nos preocupe lo que pasó o no pasado. Porque los pensamientos generan dolor y placer.
Nos mantuvieron siempre con alguien o algo pegado para que nos olvidemos de ser.
Ya casi ni podemos hablar, sin repetir o someternos (incluso sin saberlo) a lo que diga el resto.
Lo contrario es tan simple como "soltar". La fuerza mínima para aceptar.
Con identidad nos obligaron a estar pendientes de lo que pensarán y desconectados de lo que sentirán.
Al caminar, reirnos o llorar, siempre alguien afuera podía pensar algo y eso influía de manera directa en lo que (no) manifestábamos.
Al repetir órdenes, nombres, posturas y horarios, dejamos de ser humanos.
Y cambiar requiere aceptar que nos programaron.
Tanto que tomamos muy pocas decisiones y probablemente ninguna.
No elegimos trabajar ni tampoco qué estudiamos; elige el dinero o lo que quieren otros que hagamos.
Salir requiere coraje, acción y ser bueno olvidando.
Uno olvida de manera natural, rápido.
Elegimos no hacerlo o nos dejamos programar por quienes se quedan en lo que hicimos u otros hicieron.
Creamos nuestra realidad y también la crean otros en simultáneo.
La mala onda existe y manifiesta el camino según lo que (no) manifestamos.
La creación conjunta también existe, es. Se genera como la vida, de una vez.
Si uno busca la verdad, la encuentra lejos de los demás. La sociedad usa la fuente de energía infinita para sostenerse como tal.
Al universo le da igual el qué dirán. Y por eso, incluso en tiempos muy oscuros, siempre está la verdad.
Llega sin pensamiento, es libertad. Olvidar lo que piensan y lo que pienso, ser como me sale sin fingir y al natural.
Meditar, conectar, crear.
Mañana no existe ni tampoco lo que podrá o no pasar.